La autopista está tan
llena de esos trastos que gritan y sueltan ese gas tan mortífero que
parece un lugar en el que la tranquilidad y el olor a naturaleza
nunca ocupará.
Los pitos suenan al
unísono o algunos parecen luchar contra otros, y si es demasiado
tranquilo el día uno de tras de otro. Pero hoy es una mezcla entre
ambos que lo que hace es que el lugar acabe por convertirse en un
infierno más que devorador de almas.
Un coche se sale de la
autopista, su dueño con cara de no muy buen día para el más bien
gruñendo literalmente, sus ojos se clavan en el terreno, el cual la
poca vegetación que tiene acaba por desaparecer continuamente
mientras pasan esos gases tóxicos por el lugar, y de manera
impredecible se lanza contra este haciendo que dé un salto literalmente hacia atrás para que logre escapar de sus al parecer
turbulentos enfoques.
Callo cuando debería
quejarme, ahogar un grito, sabiendo que finalmente el dueño de aquel
vehículo pasará desapercibido ante este y serán más desventajas
para mí. Me siento agitada.
Agitada por el ritmo
por el que pasan todos los días mis ojos, porque es sofocante, y no
solo tener que escuchar a Haymich gritar, sollozar y ordenarme que
haga hasta lo imposible por complacerlo. Porque yo soy la empleada.
Yo soy la que obedece
y él manda, porque es superior. A todo aquel que esté en mis
condiciones siempre será inferior a este malévolo ser.
Me siento impaciente
porque llevo más de veinte minutos esperando que el transporte
público llegue, pero estoy cansada, frustrada y tengo hambre y
sueño.
Estiro disimuladamente
los brazos, porque hasta ahora han estado encogidos, y doy varios
pasos hacia delante y atrás.
Me estiro los dedos,
bostezo y por último me siento en medio del lugar, deshabitado ahora
por personas, vehículos, vegetación y construcción. Todo pareció
desaparecer al marcharse el gas tóxico de los coches...
Suspiro y vuelvo a
mirar al reloj, las ocho menos cinco. Me levanto bufando, una hora
exacta, ni bus ni nada.
La desesperación de
todo ese camino que me espera por caminar me conlleva a sufrir un
ataque de ira, el sofocante calor de Hedmark me ahoga y siento una
oleada de calor recorrer mi cuerpo, por los poros entra ese viento
cálido y desde las puntos del cabello siento humedecerse el calor.
Me quito la rebeca y la sostengo entre mis dedos con furia deseando
hacerla añicos y morderla...
Me estoy mareando, ya
que, al caminar siento que me voy haciendo pequeña y que todo lo que
parece rodearme se derrite. Todo parece caer con fuerza desde los
secos árboles que me rodean en este instante, la última hoja que se
suelta de la rama inexistente del árbol se agita danzando por el
aire, el aire de un color coral iluminado por las gotitas celestes
que van cayendo desde lo alto que parece ser el cielo,entonces la
hoja se deja caer en el suelo, el suelo es de color rosa acompañado
con un toque de lavanda, y en medio de la calle se abre un gran
agujero cada vez más amplio, cada vez más grande, cada vez más
profundo, hasta que consigue tragarme...
Ahora todo es negro y
tan frío como la noche en invierno.
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