Renata
es una mujer de treinta y ocho y es psicóloga. Tiene dos hijos, una
niña de once años y un hijo de veintidós.
Eso
es lo poco que me dijo papa. Hoy hemos quedado para cenar en un
restaurante en la ciudad, ya que, su novia quiere conocerme. La idea
no me hacía tanta gracia pero pensándolo más a fondo todo
encajaría como en un puzle.
Necesito
que mi padre esté de mi parte, y para ello, tengo que apoyarlo.
Intentaré pasar de su piruja y centrarme en lo prioritario.
Para
la ocasión mi vestimenta se basa en una camisa blanca formal,
colgada y de tela suave, los botones de esta son dorados y forman una
bolita pequeña. La falda es color salmón y también es formal,
tiene pliegues como la del uniforme y acompañado de un cinturón
cuyo centro tiene un pequeño lazo marrón, manoletinas marrones y en
el cabello lo dejé suelto junto con un pequeño lazo marrón.
Por
último salgo por la puerta y me dirijo a la sala de estar, en donde
esperaré a papa, donde me recogerá.
En
el sillón se encuentra sentada mama. Parece que tiene la cabeza
cabizbaja y cierra los ojos mientras mantiene las manos sujetando el
cabello.
- Mama…-La llamo acercándome
Sonríe
con amargura, sé cuando una sonrisa es sincera y cuando no lo es,
supongo que es instinto de hijo.
- Estás preciosa.- Me dice con apenas un susurro, la miro preocupada y me siento a su lado mirándola con desdén.
- Te veo decaída.- Digo sin pensar. Porque una de las cosas que tanto repugna ella es que le reclamen su estado de ánimo, que se metan en sus asuntos, y más si son internos. Pero no me importa su enfado.
- No es nada cariño, solo estoy algo cansada.-Me responde con soltura pasando una mano por mis hombros, me atrae contra sí y susurra sobre mis oídos.
- Mi niñatilla ya es mujer.- eso me hace amargamente recordar algo, que sin mucha y con mucha gracia me hace incomodarme.
Sonrío
y penetro sus verdosos ojos que perdieron el brillo. Su vestimenta de
casa, un pantalón de pijama blanco, una camiseta mangas cortas y
zapatillas. Su cabello destrozado, oscuro y en una coleta alta.
Oímos
que el timbre ha sonado y me sobresalto dirigiéndome hacia la
puerta.
Mi
padre lleva un traje negro, corbata azul marina y camisa blanca.
Sonríe y pienso si todos los días pudiese mama sonreír de verdad,
aunque solo fuera en un solo momento, le devuelvo la sonrisa y le
hago pasar.
Se
asoma y ve a mama, quien ha arreglado su compostura en el sofá y nos
mira desde allí.
- Buenas noches Bianca.- Saluda mi padre
- Buenas Marco.- responde mi madre, siento como intenta reanimar su voz, hacer que parezca normal, aunque no lo consigue.
Observo
de reojo a mi padre, veo como mira a mi madre, es algo entre pena,
lástima… no, no quiero que nadie sienta lástima hacia alguien que
quiero. Nadie.
Nos
despedimos y luego nos marchamos.
Tras
salir por la puerta papa y yo nos desplazamos al coche en silencio.
Las palabras sobrarían y en este momento lo menos que deseo es
establecer un tema de conversación, ver como dejo a mi madre me ha
destrozado. Me siento culpable, pero por alguna extraña razón
siento que no soy yo precisamente la culpable, sino este ser que me
arrastra.
Me
siento en el asiento copiloto y el comienza a conducir. De forma
calmada y con tan soltura que puedo sentir como intenta estabilizar
la presencia.
No
suelo salir con mi padre, y si lo hago es por alguna conferencia o
tema demasiado valioso para irnos solos.
Pone
la radio y empieza a sonar una melodiosa canción. Lenta, casi
pausada, atravesada en ese eco en el que suenan las cálidas farolas
charlar con las aceras.
Pierdo
mi mirada por la ventana, viendo como los semáforos, farolas y
árboles corren, se mueven con fuerza, precisión. Y siento envidia.
- ¿Cómo te van las clases?- Empieza a mover los labios
- Bien-me mira con desconfianza.- Más bien que en los últimos años.
- Eso esperamos.- concluye entrando guiando en un parking, nos bajamos del coche y este mismo es desplazado por un empleado del restaurante.
Me
mira a los ojos, ese color negro me atraviesa mi iris, demasiado…
es demasiado para mí, porque desde siempre me ha costado mirar a las
personas a los ojos, es como una confesión y lo menos que quiero es
tenerla con él.
- Ella, Renata es muy importante para mí, la quiero y… quisiera que os llevarais bien, me encantaría que concordarais.- Lo miro con cara de pocos amigos al recordar que mama está tirada en el sofá muerta del asco, desolada, mientras él piensa en esa Renata. Asiento y lo calmo con la mano.
- Tranquilo papa, si es importante para ti, lo es también para mí.- intento parecer sincera pero en su mirada siento como rastrea cada facción de mi rostro. Lo animo sonriendo y dándole paso para que entrase y finalmente se resigna a sonreir.
En
la entrada un señor con trajes lujosos y frente a una alta mesa con
papelitos nos recibe y nos muestra la mesa que reservó papa. Nos
encaminamos a ella y diviso entre la multitud a unas tres personas.
Aprieto los puños y miro hacia ambos sentidos, buscando evadirme,
fingir no darme cuenta.
Pero
sencillamente el mundo no me comprende.
El
lugar está decorado de manera clásica, una grande lámpara de
cristal, cuya forma es de una araña, se esparce por el centro. Las
mesas están repartidas por lo que parecen ser filas de mesas
lineales entre los dos sentidos. Hay melodía lenta de fondo, están
tocando el piano y sea quien sea tiene madera para ello.
Me
está empezando a faltar oxígeno, porque cada vez que un momento
como este ocurre en mi vida mis pulmones necesitan de una sustancia
más potente. Intento resistirme y no parecer tan demente y sigo
caminando intentando ser precisa. Mis pasos se hacen lentos, aunque
intento devolverlos a la normalidad, miro a mi padre y el aún sigue
evadido de todo lo llamado familia del pasado, porque al parecer si
algo pasó en el pasado, el no se acuerda.
No
quisiera culpar lo pero aunque intenta resistirme me sale de manera
natural pensar en tales palabras.
Relajo
los puños porque ya llegamos, mi padre muestra una pequeña sonrisa
y me invita a sentarme primero.
Renata
es rubia, ojos marrones, una mirada-de piruja- tentadora y robusta.
Su vestimenta es un vestido color olivo y negro por la mayoria de los
bordes, en el hombro derecho lleva como un lazo colgando y en el otro
una tira normal, de peinado lleva un moño que forma un caparazón en
lo alto, muy formal.
- Buenas noches.- saluda mi padre y sonrío levemente
- Buenas noches.- contesta una voz masculina, me giro con lentitud y me doy cuenta de que entre esos tres había un género masculino. Supongo que es su hijo.Es cobrizo claro, ojos castaños y por lo que puedo medir estatura más alta de lo normal para su edad. Muestra una pequeña sonrisa, sus dientes blancos resaltan, y acaba percatándose de mi observación.
Mueve
la mano hacia mí y veo como respondo tocándosela de tal manera,
como signo de saludo, me vuelvo y hago lo mismo con la piruja y la
niña. El cobrizo lleva un traje azul marino, corbata azul y camisa
blanca.
- Me ha dicho Marco que estuviste hospitalizada, ¿como te encuentras Ella?- Me dice la rubia mirándome, intentando ser afable
- Muy bien gracias, me encuentro mucho mejor desde entonces.- Respondo mostrando una sonrisa
- Me alegro, quise visitarte pero llegué demasiado tarde.- Mentira, mentira, mentira grande y gorda.
- Oh, no pasa nada, no era nada grave.- Hiciste mejor, respondo internamenteRisitas, movimientos incómodos...
- Te he visto numerosas veces en campeonatos de baloncesto femenino en la televisión.- Me informa
- Si, Ella practica baloncesto y ha de decir que es bastante buena en ello.- me hace el favor de responder papa y todos sonreímos ante tal comentario
- Mi padre siempre me halaga más de lo que en realidad soy.- Digo como si no quisiese la cosa.
- Pues no estoy de acuerdo, eres muy buena, de hecho, tu grupo es el que más alto ha llegado a la selección femenina.- Dice la piruja falsa
- ¿Fabio practicas algún deporte?- Pregunta mi padre
- No, pero me gustaría, no tengo tiempo libre.- Contesta con soltura
- No tenemos la misma suerte que Giselle.- Miró a su hija, castaña- practica Tenis.
- Oh, es un deporte que siempre quise probar.- Comenta papa
- Estuve un tiempo practicándolo pero lo dejé por la rotura del pie en una temporada y ya no lo volvía a retomar.
- Es una pena.- Contesta papa, no sabe lo mucho que me apena... la situación empieza a ser aburrida.
…
Mientras
comemos, la piruja y papa mantienen una conversación picarona, se
rien, gastan un par de bromas, bufan con ironía y se dicen con
discreción palabras bonitas las cuales intento no escuchar, pero mi
sentido del oído no me lo permite, sigue ahí presente.
Pincho
con el tenedor en una pieza de ese postre, la comida ha de estar muy
buena, pero en este momento todo lo que pasa por mi garganta no la
siento como me gustaría. Se que me meto en la boca tal pieza... se
que la mastico repetidas veces... le agrego la saliva junto con otros
componentes... y finalmente me la trago y desciende por el gran tubo
que tenemos.
Es
el proceso que sigo hasta dejar el tenedor sobre la mesa, los demás
han terminado junto conmigo y aún con esas sonrisas idiotas pegadas
a los labios siguen. Pero yo ya no tengo ganas de mantener los labios
curvados, sentir que hago la idiota y sobre mi rostro la falsedad
apoderarse. Ya no tengo ganas de seguir en este lugar, junto con esta
gente y soportar sus estupideces. Por lo que me pongo en pie y me
disculpo con falsedad.
- ¿Me permitís un momento? Voy al baño.Ambos asienten y los miro de reojo empezando a trazar la ruta. La noche está tranquila, armoniosa, el piano aún suena, las notas llegan a alcanzar su acorde y la melodía se hace serena y modélica. Las estrellas palpitan sobre ese manto oscuro, la luna escondida sale a recibir el resplandor de las hormigas sobre la tierra y silenciosamente, muy silenciosamente, me muevo por el mundo.
Observo
las demás mesas conforme me voy moviendo, pero ahora en estas mesas
no se reúne nadie, las notas tienen espacio para moverse, pueden
bailar, correr, saltar... pueden hacer lo que quieran.
La
lámpara enorme que se sitúa en el centro con forma de araña
atravieso, mi caminar se hace más lento por varios motivos, no
quiero volver tan pronto a esa mesa de desconocidos, no quiero
tampoco perder este momento tan valioso porque solo ahora puedo
caminar mientras escucho la melodía sonar, relajarme, relajarme sin
estar relajada. Sí, eso es.
Me
pregunto si en este lugar alguien más se siente igual que yo estando
en él, con las mismas sensaciones, las mismas punzadas en la tripa,
los mismos sentimientos, todo... quizás no, y quizás si. No se
sabe.
El
mundo es grande, demasiado, en cualquier parte de el, ya sea al norte
o al sur, al este o al oeste en este mismo instante, en este mismo
momento alguien muy parecido a mi o no tanto está en la misma
situación, tan desanimado como para dejarse caer sin hacerlo.
Sonrío
pensando en ello, es una sonrisa amarga, una sonrisa sincera, una
sonrisa... fría.
***
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