viernes, 26 de abril de 2013

...PERO AL MENOS, PUEDE SER


Empiezo a caminar lentamente.
Los pasos se hacen más rápido conforme me acerco más al enorme lugar, en el que solo puedo ver como esas olas se golpean, machacan y enfurecen entre sí. Es algo repetitiva, aunque no cansina, la imagen. Puedo sentir como sufren espasmos las velas, sí, estoy seguro de que ahí fuera ha de estar haciendo un frío mordaz y un viento molesto y desagradable, justamente lo que siempre me complació.Siempre me gustaron transportes como estos, no muy nuevos, clásicos y de la antigua vida, me favorecen en ambos aspectos, los cuales siempre renegué aunque supe que estaban allí, enmarcados. La neblina está presente, el espacio se pinta de blanco y todo lo flotante y hundido se muestra borroso, puedo distinguir la pequeña mesita de madera apenas sostenible, las sillas entre esta forman un círculo en el que cuando son ocupadas apenas pueden dejar a la vista la mesa. Las cuerdas por el techo hacen que el lugar parezca demasiado antiguo, y no solo por su exterior y material empleado, además del desgaste de este, estos pequeños detalles los hacen más caracterizado.
Cierro los ojos a medida que la niebla empieza a entrar por mis ojos, se apodera de manera tan desconcertante que siento que podrá eliminarme como hizo con los demás objetos, porque... claro, yo, ahora soy también uno de ellos.
No es mi tranquilidad ni mi cuerpo sin movimiento perceptible las que las definen, son además de estas, muchas más. Como por ejemplo, mi mirada inerte, perdida y atravesada, ni... tampoco esta sutileza de mantenerse inmóvil por tanto tiempo, es simplemente, aunque no creíble, todo mi yo.
Me paso horas, aunque sin embargo me veo obligado a renunciar a este agradable momento por la comida, mustia y apenas comestible, mi paseo por la cubierta para no llevarse incidencias o pequeñas sorpresas que hagan en peligro la situación y otros quehaceres que me amargan la existencia.
Otras cosas que interfieren mi movimiento es la sensación de estar observado. Y... casualmente solo me ocurre en un momento determinado del día, momentos... como este. Las hormigas se pasean por cubierta, el interior, lugares más relevantes y otros menos, aunque en realidad no hay lugares que no valga la pena apreciar, porque se supone que todo esto no es en vano, tiene su historia y es un barco llamado no cualquiera.
Nunca supe apreciar tal nombre, muchas veces interferí cuando hablaba, intenté razonarlo, intenté convercerles, incluso... intenté comprenderlo, pero claro, no hay nada que comprender si todo lo que lo reclama es absurdo. Ríen, se sienten-estúpidos- emocionados, se pasean por mi lado, me miran, vuelven a sostener la mirada y finalmente se van... con una mueca agria, han de estar locos por lo que razono. Después por la noche, muy muy oscuro el lugar se puede contemplar aquellas bombillas sobre el techo, sin niebla, sin telón, sin interfiero. He intentado contarlas, sabes, pero... también es imposible, absurdo e ilógico, pues nunca sabrás si hay dos o veinte. No sabes como odio momentos en los que el mundo se pone contradictorio, pero... al menos, puede ser.
Me levanto con carisma, puesto que todos se voltean a verme, incluso las solapas de sus bebidas se asoman, camino con precisión, me tropiezo, ando con pausas, me volteo, tomo curvas por mi propia conveniencia...
Y es allí, justamente allí cuando me llega la migraña, me estremezco, aguardo por segundos para no gritar, cierro los ojos y los vuelvo a abrir con regularidad, saco de mi ese líquido anaranjado y esponjoso dejandolo escapar por el mar, ese mar que tanto disfruta de ese aroma del fluido.
Ahora, solo queda despedirse, sí, si, despedirse y de manera corta y rápida, basta con fruncir el ceño poner cara de entusiasmo y hacer ademán de hecharse al mar. Y sabes algo... bastante curiso por cierto, nadie me atrapa, nadie me golpea, nadie hace nada por detenerme, como lo hacían al principio, por lo que no resisto contra ello y vuelvo a mi cobertizo, en el que hay un pequeño bichito que llueve manjares, le doy las buenas noches, le canto una nana, le sirvo de cojín y ambos con amor y dulzura nos abrazamos.
El mundo se pone contradictorio... pero al menos, puede ser.


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