sábado, 4 de mayo de 2013

MORFINA


Se llama Nicolás.
Está sentado al lado de mama, ambos, mantienen una conversación que se hace más afable conforme el sol danza y se extiende por la capa gris.
Al principio, al conocerlo lo taché de persona con falta de humor, seria y muy formal. Luego me saludó, dos besos en la mejilla y una enorme sonrisa, me habló mientras se aseguró de halagarme lo bastante y finalmente, se volvió a sentar en su silla.
Sus ojos castaños no delataban nada, ni siquiera podía ver tras ellos. Nada interesante.
Para dejarlos solos, porque es evidente que tres no es igual a dos, me acerco a la piscina y después me meto. El agua está fría, pero no me importa, a pesar de que el viento empiece a soplar, la piel no se me eriza. Ha de ser por mi temperatura corporal, pero realmente, estoy bastante agusto adentro. Me sumerjo al fondo, nado durante unos minutos y luego vuelvo a ponerme a la superficie aún donde mi cuerpo no se separa del agua. Se me empiezan a formar en la piel grietas, pero no importa, es una forma de recordar mi infancia… cuando solía succionar mi piel porque creía que alguna sustancia la había invadido y por ello esta había envejecido.
Sin embargo, ahora todo es preciso, aunque tintado de matices.
Me apetece algo en especial. La idea se cuela en mi cabeza sin permiso y empieza a resonar, pero me niego por estos momentos y aguanto aún dentro petrificada por el sol que se deja ver y se vuelve a esconder. Es raro este tiempo y aspecto del cielo, se torna de un color lavanda pero en verdad irradia frío.
Me vuelvo hacia ellos y después arrepiento haberlo hecho. Quito la mirada mientras en mi boca se forma un sinsabor amargo, me meto de nuevo completamente bajo el agua, intentando con ello borrar los últimos acontecimientos, me olvido por un momento de que estoy debajo del agua. Respirando como si de líquido no se tratase la sustancia que invierto por mi nariz.
…Un dolor agudo se hace dentro de mí, acariciándome lentamente, sintiendo como en mis ojos se reflejan llamas, llamas que parecen hacerse y no terminar en cenizas, luego sucurro a mover los brazos, esos pequeños bracitos que tengo unidos a mi tronco apenas pueden llegar a la superficie y alertar de mi urgencia.
Conforme los segundos pasan, segundos que se convierten en una noción que no parece medirse, me rindo. Dejo de insistir. Me resigno.
…Aunque
No quiero morir. Quizás aún no sea el momento… 

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